lunes, 6 de julio de 2009

Renunciando a mi historia

Por las puras has devorado un montón de libros y te has jactado de títulos de libros, autores canónicos ¿acaso eres mejor, o has pretendido ser mejor? Has leído, o mejor dicho devorado libros de Balzac, Vargas Llosa, Borges, García Márquez, Faulkner, Flaubert, Fuentes y otros. Libros europeos y latinoamericanos, trascendentes e intrascendentes, cultos y vulgares.
Has tratado de escribir en tu computador alguna historia, un cuentecito pequeño, pero ni uno de media página te ha salido bien. Tratando de copiar el estilo de tus escritores favoritos, pero te ha salido horrible, y no hallaste a ninguno de ellos en tus escritos. El otro día despertaste de un sueño premonitorio que tuviste y pensaste: “esta es una historia de la pitimitri, esta si es buena”. Prendiste tu computadora a las 5 y cuarto de la mañana, buscaste el Word para escribir. Empezaste bien, a juzgar por el estilo, era nuevo e interesante. Avanzaste dos páginas, ibas bien, la historia te salía de los demonios, pero llegaste a fantasear demasiado que perdiste el hilo de tu historia, poniendo otros nombres a los que habías puesto inicialmente, intercalando fechas inexactas, te faltaban palabras para escribir y se te empezaba a nublar la mente. Dejaste por un momento tu historia y te tomaste una siesta, pero no dormiste nada; solo tu mente trataba de alucinar escenas, personajes, diálogos, finales, tramas; pero cuando despertaste te olvidaste de todo y eso deprimió.
Quisiste volver a la historia, pero se te había ido la emoción inicial, ya no había las ganas de antes. Aburrido te pusiste a jugar en la computadora, estabas cansado, apestado por la historia que no te salía; para cuando terminaras de jugar te volvería la inspiración; claro, como los poderes de un superhéroe, como el recuerdo a un amnésico; pero ese día nada de nada. “Todo toma su tiempo. Las mejores historias no salen de un tirón” pensaste todo el santo día, pero ya ves, ese y los siguientes días no te salía nada, absolutamente nada.
Cuando volviste a lo de tu historia, después de unos días que te sirvieron para meditar, te pudiste amistar con tu historia, la imaginación era buena y fluía, tus dedos se desplazaban por el teclado, casi ni mirabas hacia abajo. Te tomaste un descanso para irte a comer y beber algo, y al volver, se te volvió a esfumar la imaginación, como a un niño que se le iba la cometa, querías llorar, pero no lloraste, eras muy fuerte para decaer por una fanfarrona historia. Pero se te fue todo de la cabeza, ya no por unos días, sino por los siguientes y los siguientes, y así continuó tu problema con tu historia. Y como había pasado inicialmente, volviste a olvidar personajes, lugares, diálogos y todo lo que habías logrado hacer a base de ganas de hacerte escritor.
Han pasado 23 días y tus personajes están perdidos en historias intercaladas, diálogos inconexos, escenarios alterados, todo se había hecho una chanfaina. Leíste y volviste a leer tu historia y no entendías nada, quizá era la tensión, pero no lograbas hallar ese placer, esa conexión.
Pero hubo una solución rápida a tu problema: buscaste a tientas y hallaste las teclas Control más E, y se puso azul todas las páginas. Pensaste por un ratito mirando tu historia que creíste increíble, pero te diste cuenta que no te gustaba, estaba todo inentendible y ahora la odiabas, o quizá también te odiabas a ti. Entonces presionaste la tecla Suprimir, y todo volvió a estar en blanco, como el primer día de tu creación animosa. Cerraste la ventana y solo estaba el escritorio de la computadora y apagaste sin resentimientos tu computadora, y ahora sí estabas decidido del todo: serías el mejor ingeniero.

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